De la Estética a la Ética:
Un Camino de Conciencia y Belleza
César Manrique, maestro del Arte y la Naturaleza, solía decir:
“La estética, desde un intuición profunda, sensatez, y amor por la Belleza Natural, nos lleva inevitablemente a la ética.”
Este pensamiento, profundo y revelador, me ha acompañado a lo largo de mi carrera como arquitecta y urbanista. Entender la belleza no solo como un aspecto visual, sino como un vínculo íntimo con la naturaleza y sus ritmos, me ha enseñado que el diseño debe ser más que una forma; debe ser un compromiso con la vida misma.
Desde mis primeros pasos en el mundo del diseño, he sentido la necesidad de ir más allá de la apariencia, de buscar un significado profundo en cada línea trazada, en cada espacio creado. Y, siguiendo la enseñanza de Manrique, he descubierto que la sensibilidad es la mejor guía para este camino, una sensibilidad que nos lleva a observar, a respetar y a actuar con conciencia. Como suelo decir:
“La sensibilidad es la mejor enseñanza”,
porque es a través de ella que podemos conectar con el entorno y comprender que cada decisión de diseño tiene el poder de sanar o de dañar.
Inspirada por la Naturaleza y los Grandes Maestros y Maestras
La figura de Manrique es solo una de las muchas que han marcado mi trayectoria. También me inspira el ejemplo de mi madre, Mª Isabel Alonso Llorente, una artista, naturista y educadora que me mostró, desde pequeña, que la conexión con la naturaleza no solo se siente, sino que se vive y se transmite. Ella me enseñó que la verdadera creación nace del respeto por la tierra y de la búsqueda de un equilibrio entre lo humano y lo natural. En su obra, siempre vi una unión entre la belleza y la responsabilidad, una coherencia que guió mi manera de ver el mundo.
Siguiendo esos pasos, he entendido que el diseño no puede ser indiferente al impacto que genera. Mi labor como arquitecta y urbanista regenerativa busca recuperar ese equilibrio perdido, devolviendo a los territorios su capacidad de ser espacios de vida para todas las formas de existencia. Porque no solo diseñamos para personas, sino para animales, plantas y ecosistemas enteros, en una danza compleja donde cada ser tiene su lugar y su propósito.
La Belleza Que Sana, la Ética Que Transforma
La estética que busco en mis proyectos no es la de lo superfluo, sino la que surge de un diálogo profundo con la naturaleza. Cuando diseño un jardín, una vivienda o un espacio público, no solo pienso en la belleza que los ojos pueden percibir, sino en la armonía que se siente al respirar un aire limpio, en el frescor que ofrece un árbol bien ubicado, en la paz que transmiten los materiales naturales. Porque la verdadera belleza es la que cuida, la que regenera, la que se convierte en refugio para la vida en todas sus formas.
El urbanismo regenerativo, la arquitectura y desarrollo sostenible, son mis respuestas a los desafíos de nuestro tiempo, una forma de volver a lo esencial, de recuperar esa conexión perdida con la tierra que nos sostiene. Y en este proceso, la estética no es un fin en sí misma, sino un puente que nos lleva a la ética, que nos invita a cuestionar nuestras prácticas, a pensar en el largo plazo, a preguntarnos qué tipo de mundo queremos dejarle a quienes vienen detrás.
Uan Llamada a la Colaboración y al Compromiso
Como profesional, me siento parte de un movimiento global de personas que, como Manrique, como mi madre y como tantos otros que he conocido en el camino, entienden que el cambio real comienza en el corazón de cada uno. Somos muchos los que trabajamos por un mundo más justo, más sostenible, donde la belleza se convierta en un valor que trasciende lo visual para convertirse en un acto de amor hacia la vida.
Pero este cambio no puede hacerse solo, requiere de alianzas, de conexiones genuinas entre quienes comparten esta visión. Necesitamos construir redes de colaboración que nos permitan unir fuerzas, intercambiar conocimientos y sumar voluntades para llevar a cabo la transformación que nuestro planeta necesita. Porque cada gesto cuenta, cada pequeño cambio suma, y cada colaboración nos acerca un poco más a ese mundo en el que todos, seres humanos y ecosistemas, podamos convivir en equilibrio.
Un Camino de Coherencia y de Amor por la Tierra
Mi trabajo es, en esencia, un acto de amor. Amor por la tierra que me ha enseñado a observar y a escuchar, amor por las personas que buscan espacios que les inspiren y les cuiden, amor por la naturaleza que, con su belleza infinita, nos muestra el camino de la humildad y el respeto. Y es ese amor el que me impulsa a seguir adelante, a seguir explorando nuevas formas de diseñar, de construir, de planificar.
Mi compromiso es seguir aprendiendo, seguir perfeccionando mi mirada, seguir apostando por un diseño que, como decía Manrique, no solo embellezca el entorno, sino que lo cuide, lo respete y lo regenere. Porque solo así, desde la estética que nos emociona y la ética que nos guía, podremos construir un futuro que sea verdaderamente digno de ser habitado.